Noticia del Diario de Noticias(Pamplona) del 01 de julio de 2007
La niña que pasó página
Con tan solo tres años descubrió qué era sentir hambre y abandono. La estellesa Consuelo Aramburu ofrece en 'Retazos de dolor' la visión más nítida del maltrato infantil. Ella lo sufrió, pero logró superarlo.
Dos meses encerrada en una minúscula habitación de una pensión madrileña. Sesenta días con sus sesenta noches. Acompañada sólo por el halo burlón de un tragaluz, sin ventilación. Sin muda. Sin comida. Con apenas tres años y medio. A Consuelo Aramburu le privaron de su libertad cuando todavía desconocía el significado de esa palabra, el día en que su abuelo decidió deshacerse de ella y de su hermano pequeño. Atrás dejó un hogar infeliz, en Estella, con un padre alcohólico que hablaba con los puños y una madre sometida. Ése fue el primero de sus Retazos de dolor, los que ahora dan título a una biografía escrita con una entereza sorprendente.
Consuelo no recuerda su estancia en el orfanato de Pamplona, su primera piedra en el camino. Fueron apenas unos meses. Pero sabe que su padre acudió y, obligado a elegir con cuál de los dos hijos prefería quedarse, optó por ella. Su primera imagen es una cuchara de plata con un escudo de colores y un tren, el que le envió a Madrid. Al zulo. "Oí cómo mi padre le decía al extranjero que regentaba la pensión que, de vez en cuando, abriera la puerta para que pudiera ir a beber agua", relata esta mujer. A veces, mojaba su ropa interior, nadie le había enseñado a controlar los esfínteres. Y pasaba mucha hambre, siempre. Tanta, que comenzó a alimentarse del papel de las paredes. "Ése fue mi primer sufrimiento. El segundo, el abandono". Su padre rara vez pasaba a visitarla y, cuando lo hacía, la sensación de desamparo crecía. "Me bajaba al bar y, mientras bebía, yo recogía las cáscaras de los frutos secos y me los guardaba en el interior de la ropa para comerlas a la vuelta", explica.
En el cuartucho, se valía de la imaginación para burlarse de los rugidos del estómago y de la soledad. "Me metía debajo de la cama, me escondía en el armario, hacía recortables con el papel de la pared...", admite. Y soñaba con el momento en que "pudiera conocer a otros niños y ser normal". Por eso, el día en que su padre le anunció que iba a internarla en un colegio se sintió feliz. Por fin, abandonaba aquel lugar, "mucho más terrible que una cárcel". La alegría duró, sin embargo, muy poco. "Allí me encontré el mobbing", dice. Las listillas le insultaban, las mayores le pegaban, le sometían a persecuciones... Y las monjas lo consentían. Ahora comía, pero seguía sola.
Jamás se enfrentó a quienes la agredían. "Era muy introvertida, al revés que ahora, y me lo guardaba todo. Respondía con resignación, aceptando que la vida era así y pensando que llegarían tiempos mejores", rememora. Ahora, le indigna pensar que nadie se preocupó por velar por sus derechos como menor, nadie contrastó las mentiras de su padre. "Un niño no tiene más protección que la del adulto. No se le puede dejar de lado". Entonces, encontró consuelo en los libros. El Principito, El Quijote... Le dieron "respuestas y amigos".
La Primera Comunión marca el final de la obra, pero la vida de Consuelo continuó salpicada por el dolor. Por eso, los narrará en próximas publicaciones. Uno de esos golpes llegó a los trece años: la secuestraron y la violaron. "Creo que lo pudo organizar mi padre", aventura sin que le tiemble la voz. Aquel suceso hizo que Consuelo quedara bajo la tutela de las autoridades. "Es muy triste ser medio hija de asistentes sociales", las mismas que años más tarde le arrebataron por un tiempo la custodia de su hija Macarena tras haber padecido una enfermedad mental.
Pero logró recuperarla. Y ahora se siente plena. Tiene un compañero al que adora y una segunda niña. Ellos le han regalado el apoyo emocional para dar el paso y contar su historia. "Espero poder ayudar a otras personas que hayan pasado por mi situación", asegura. "¿Qué le deseas a tu padre?", le preguntan quienes ya conocen su vida. "Lo mismo que él me enseñó a mí y que hizo conmigo". Tampoco ahora le tiembla la voz.
La niña que pasó página
Con tan solo tres años descubrió qué era sentir hambre y abandono. La estellesa Consuelo Aramburu ofrece en 'Retazos de dolor' la visión más nítida del maltrato infantil. Ella lo sufrió, pero logró superarlo.
Dos meses encerrada en una minúscula habitación de una pensión madrileña. Sesenta días con sus sesenta noches. Acompañada sólo por el halo burlón de un tragaluz, sin ventilación. Sin muda. Sin comida. Con apenas tres años y medio. A Consuelo Aramburu le privaron de su libertad cuando todavía desconocía el significado de esa palabra, el día en que su abuelo decidió deshacerse de ella y de su hermano pequeño. Atrás dejó un hogar infeliz, en Estella, con un padre alcohólico que hablaba con los puños y una madre sometida. Ése fue el primero de sus Retazos de dolor, los que ahora dan título a una biografía escrita con una entereza sorprendente.
Consuelo no recuerda su estancia en el orfanato de Pamplona, su primera piedra en el camino. Fueron apenas unos meses. Pero sabe que su padre acudió y, obligado a elegir con cuál de los dos hijos prefería quedarse, optó por ella. Su primera imagen es una cuchara de plata con un escudo de colores y un tren, el que le envió a Madrid. Al zulo. "Oí cómo mi padre le decía al extranjero que regentaba la pensión que, de vez en cuando, abriera la puerta para que pudiera ir a beber agua", relata esta mujer. A veces, mojaba su ropa interior, nadie le había enseñado a controlar los esfínteres. Y pasaba mucha hambre, siempre. Tanta, que comenzó a alimentarse del papel de las paredes. "Ése fue mi primer sufrimiento. El segundo, el abandono". Su padre rara vez pasaba a visitarla y, cuando lo hacía, la sensación de desamparo crecía. "Me bajaba al bar y, mientras bebía, yo recogía las cáscaras de los frutos secos y me los guardaba en el interior de la ropa para comerlas a la vuelta", explica.
En el cuartucho, se valía de la imaginación para burlarse de los rugidos del estómago y de la soledad. "Me metía debajo de la cama, me escondía en el armario, hacía recortables con el papel de la pared...", admite. Y soñaba con el momento en que "pudiera conocer a otros niños y ser normal". Por eso, el día en que su padre le anunció que iba a internarla en un colegio se sintió feliz. Por fin, abandonaba aquel lugar, "mucho más terrible que una cárcel". La alegría duró, sin embargo, muy poco. "Allí me encontré el mobbing", dice. Las listillas le insultaban, las mayores le pegaban, le sometían a persecuciones... Y las monjas lo consentían. Ahora comía, pero seguía sola.
Jamás se enfrentó a quienes la agredían. "Era muy introvertida, al revés que ahora, y me lo guardaba todo. Respondía con resignación, aceptando que la vida era así y pensando que llegarían tiempos mejores", rememora. Ahora, le indigna pensar que nadie se preocupó por velar por sus derechos como menor, nadie contrastó las mentiras de su padre. "Un niño no tiene más protección que la del adulto. No se le puede dejar de lado". Entonces, encontró consuelo en los libros. El Principito, El Quijote... Le dieron "respuestas y amigos".
La Primera Comunión marca el final de la obra, pero la vida de Consuelo continuó salpicada por el dolor. Por eso, los narrará en próximas publicaciones. Uno de esos golpes llegó a los trece años: la secuestraron y la violaron. "Creo que lo pudo organizar mi padre", aventura sin que le tiemble la voz. Aquel suceso hizo que Consuelo quedara bajo la tutela de las autoridades. "Es muy triste ser medio hija de asistentes sociales", las mismas que años más tarde le arrebataron por un tiempo la custodia de su hija Macarena tras haber padecido una enfermedad mental.
Pero logró recuperarla. Y ahora se siente plena. Tiene un compañero al que adora y una segunda niña. Ellos le han regalado el apoyo emocional para dar el paso y contar su historia. "Espero poder ayudar a otras personas que hayan pasado por mi situación", asegura. "¿Qué le deseas a tu padre?", le preguntan quienes ya conocen su vida. "Lo mismo que él me enseñó a mí y que hizo conmigo". Tampoco ahora le tiembla la voz.
Nota de ASHISE: ¿ como habrá sido la niñez de ese padre...?
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